JOHN DOE

 JOHN DOE´S WEIRD STORIES - LA ISLA IGNOTA por Antonio J. López


- ¡ Corred! - gritó John a sus compañeros mientras esquivaba una pata del tamaño de una secuoya pequeña - ¡ Bajad por el terraplén!


La cruenta tormenta tropical seguía azotando la isla mientras los aventureros se deslizaban por el barro para evitar ser aplastados por los enormes saurios.


- Debemos llegar al edificio que vimos en la falda del volcán – dijo Lois – Entre estas enormes bestias prehistóricas no duraremos mucho.


- La chica tiene razón señor Doe – dijo Kristoff el cazador – y todo empeorará si nos encontramos con más depredadores. Esos bicharracos de cuello largo se estaban atiborrando a hojas, pero los pequeñajos y los voladores no parecían vegetarianos.


- ¡John creo que me he torcido un tobillo, no sé si podré avanzar por la jungla! - se quejó el viejo profesor Owen – sigan sin mí y sobrevivan a esta locura.


- De eso nada Doc, no dejamos a nadie atrás – John Doe se arrodilló – suba a mi espalda, yo le llevaré.


John portó al anciano sin demasiado esfuerzo, poca cosa comparado con los 180 kilos que era capaz de levantar en arrancada. Entre los truenos, la lluvia azotando la espesura selvática y la oscuridad de la noche, el grupo lo tenía difícil para orientarse entre la floresta. Kristoff iba abriendo camino con su enorme machete y hacía rato que no se veía a ningún monstruo deambular. Tras un rato indeterminado de marcha por barro resbaladizo se toparon con una estribación rocosa.


- Esperen aquí, voy a subir a echar un vistazo, la lluvia ha amainado algo y con suerte podré orientarme – Kristoff trepó por las rocas mojadas con maestría y decisión.


- Ya lleva un rato ahí arriba, ¿ Estará bien? - Se preguntó la pizpireta reportera de la Weird World Magazine.


Un trueno acompañado de un relámpago pareció responder a la pregunta de Lois, al tiempo que vieron como el cuerpo decapitado de su compañero caía a sus pies pintando de rojo las rocas.


¿Por qué nuestros protagonistas están huyendo de unos dinosaurios en mitad de una jungla?


Para responder a dicha pregunta debemos viajar a las oficinas de la Weird World Magazine hace dos semanas; por si alguien no sabe en que fecha vive, nos estamos refiriendo al 5 de mayo de 1925, martes. John Doe había recibido una llamada urgente de su amiga Lois O´Neil, una inquieta reportera que se había interesado por él desde su sorprendente aparición en público. Aunque hacía una tarde preciosa, el aventurero tuvo que ir en su Harley-Davidson hasta las oficinas de la revista, situadas en un edificio de Park Row, pues a pie se encontraban a más de una hora de su lujosa morada en la última planta del Flatiron. Todos en el edificio conocían al amnésico aventurero y filántropo, John Doe. Antes de llegar a la mesa de Lois vio que la muchacha estaba charlando animadamente con un tipo apuesto y bien vestido.


- ¡Oh John! - le recibió la joven reportera – gracias por acudir tan rápido a mi llamada. Te presento al señor Jean Dupont.


- Un placer conocerle señor Doe – el francés estrechó la mano a John - He leído sus aventuras.


- Igualmente señor Dupont – gracias a su memoria fotográfica, John recordó el nombre, el tal Jean era un bon vivant, hijo de un famoso armador de Marsella - no sé crea todo lo que lea, Lois tiende a exagerar. 


- Le estaba contando a la joven que hace unos días, mientras estaba intentando llegar en mi velero a la Isla de Pascua, me sorprendió una terrible tormenta que desvió mi rumbo. Cuando mi tripulación y yo nos dimos cuenta, estábamos a punto de chocar contra una costa rocosa, en un lugar en el que a priori no debería existir nada más que mar. Bordeamos gran parte de una isla desconocida para nosotros, pero estábamos más preocupados en no encallar o golpear la embarcación – Jean realizó una pausa y nos miró sonriente mientras sacaba un pitillo alargado con boquilla – era de noche y llovía a cántaros, sin embargo, les juro que cerca de la costa vi la silueta de un enorme animal gracias a la luz momentánea de un relámpago. Mis hombres decían que podía ser una de esas tortugas gigantes como las de las Islas Galápagos, pero esa cosa no parecía una tortuga, y además debía medir varios metros de altura, bueno pies – encendió el cigarrillo para suavizar la garganta – Anotamos las coordenadas y nos alejamos intentando no acabar en el fondo del océano. Resumiendo, estoy formando un equipo para volver a la isla misteriosa y explorarla, y me gustaría invitarlos a ambos.


- Será un honor acompañarle señor Dupont – respondió John – en estos últimos dos años he visto todo tipo de cosas extrañas, pero nada semejante a lo que usted nos ha contado. ¿ Qué le parece si le invito a cenar en la Taverne Louis y charlamos sobre la expedición?


- Lo siento monsieur, pero esta noche gozaré de la compañía de la señorita O´Neil en la cena – dijo respondió sonriendo a la pelirroja reportera – y sin ánimo de ofenderle señor Doe, no suelo frecuentar locales con clientela y músicos como los del Taverne Louis. Mañana al mediodía nos reuniremos todos en la suite de mi hotel para tratar los pormenores de nuestro viaje.


Al principio John Doe no captó el comentario sobre la clientela de uno de sus restaurantes favoritos, que además se encontraba en el mismo Flatiron. Tras unos segundos cayó en que debía referirse a los músicos negros y a los clientes homosexuales que Louis aceptaba sin problemas. El francés le caía cada vez peor, aunque parte del enfado se debía a los celos, ¿ Y si Lois se enamoraba del gabacho? Nunca le había dicho lo que sentía por ella y tras esta excursión tropical podría perderla para siempre. Todo eso se agolpaba en su mente en el momento de despedirse.


- Estupendo señor Dupont, nos vemos mañana entonces, que lo pasen bien esta noche – se despidió intentando no parecer airado.


El viento revolvía el pelo azabache de John Doe mientras esquivaba el tráfico habitual del centro de Manhattan y cavilaba sobre todo ese asunto. ¿ Una isla que no aparece en los mapas? Algo extraño en pleno siglo XX ¿ Y ese supuesto animal gigante? La verdad es que el tipo le parecía un maldito clasista pretencioso, pero estaba deseando partir en pos de la aventura. ¿ Había navegado alguna vez por el Océano Pacífico? No lo sabía, pero en breve esperaba embarcar.

Como cada mañana John Doe hizo sus ejercicios y estiramientos habituales. Su poderoso y sudoroso cuerpo brillaba con los primeros rayos de sol, miró por la borda para ver como mar y cielo parecían fundirse en un azul infinito. Tras un par de días de preparativos partieron desde Nueva York hacia la isla misteriosa. Llevaban más de una semana navegando en el lujoso velero de Dupont, el Coquin, y se encontraban en algún punto del oceáno Pacífico. El grupo expedicionario estaba conformado por Jean Dupont, sus dos tripulantes, Étienne y Renaud, que no hablaban ni papa de inglés; el profesor Joshep Owen biólogo experto en zoología; Kristoff, nadie sabía si era nombre o apellido, un aristócrata ruso exiliado conocido por ser uno de los mejores cazadores del mundo; Lois O´Neil y John Doe.


- Buenos días – saludó Kristoff con un marcado acento ruso– ¿ Le está ayudando la brisa marina a recordar algo de su pasado?


- Buenas Kristoff, no, por ahora ni siquiera sé si alguna vez he viajado en una embarcación como esta, pero al menos no me mareo.


- Observé que el único arma que trajo es una pequeña pistola en su funda, si necesita un arma de verdad dígamelo, traje mis mejores rifles y escopetas – sonrío mostrando varios dientes de oro bajo su poblado mostacho.


- No gracias, con mi arma habitual será suficiente, de hecho espero no tener que usarla.


A la hora de la cena.


- ...tiburón de galápagos, tiburón martillo, sedoso, punta negra, punta blanca, tiburón tigre y tiburón ballena – el profesor les enumeraba todos los depredadores de la zona – les recomiendo que no se bañen en estas aguas.


El cazador asentía y decía algo, mientras que Doe miraba con pesar a Jean y Lois que estaban al otro lado de la mesa, muy juntitos, riendo como estúpidos.


Tras un par más de aburridos días en alta mar.


- ¡ Monsieurs y mademoiselle ! – gritó una mañana Dupont con su acento galo – ¡ Hemos encontrado la isla misteriosa!


Todos observaban desde el velero la costa rocosa, la jungla y la elevación montañosa que despuntaba sobre la marea verde. Mientras rodeaban la isla, con sumo cuidado para no encallar, Owen iba tomando notas en un pequeño cuaderno y Kristoff oteaba su destino con unos binoculares.


¡ Que emocionante John ! – exclamó Lois cogiendo a Doe del brazo – gracias por venir, me siento más segura contigo a mi lado – se apoyó en su hombro y John no sabía como reaccionar.


- Iré preparando el equipo – soltó Kristoff – comienza la caza.


Tras unos minutos de circunnavegación la tripulación del Coquin encontró una pequeña playa de arena oscura.


- Nos encontramos en una isla volcánica – explicó el profesor – por sus dimensiones y vegetación aparentes, se debió formar hace siglos. Así que un vulcanismo reciente no puede explicar como esta isla ha pasado desapercibida hasta ahora – señaló a un punto – aquella elevación debe ser el cono del volcán, que por la zona en la que nos encontramos apostaría a que está aún activo.


- Quizás los antiguos marineros si la conocían pero no dejaron registro de ella – propuso Lois – espero que al volcán no le de por entrar en erupción.


- Tendremos que acercanos con la lancha, no podemos acercarnos más sin que peligre el Coquin – dijo Dupont que andaba ajetreado por la embarcación.


- Un volcán, animales enormes, la aventura nos llama compañeros – dijo John sonriente- Lois coge tu cámara de fotos, es hora de hacer historia – soltó heroico Doe mirando hacia la costa.


Tras un peligroso desembarco en lancha, llegaron por fin a la pequeña playa de arena oscura, la isla incógnita les daba la bienvenida, al tiempo que unos oscuros nubarrones se cernían sobre ellos. Los tripulantes galos permanecieron en el Coquin, el resto habían bajado para explorar a consciencia la isla, portaban pertrechos y todo lo necesario para sobrevivir un par de días en ese entorno selvático. Tras deambular un rato por la zona el profesor Owen dio su opinión.


- Sin duda nos encontramos en una isla de origen volcánico de características similares a otras islas del Pacífico – mientras agarraba una pequeña lagartija con un palo y la mostraba al grupo– en cuanto a la fauna, no presenta anomalías significativas.


- Les juro que yo vi algo de un tamaño monstruoso en mitad de la tormenta – respondió Dupont indignado.


- ¡ Vengan aquí, rápido! - gritó Kristoff desde una elevación del terreno a unos cuantos metros hacia el interior de ínsula.


Todo el grupo ascendió, Doe ayudó a Owen. Vieron una enorme extensión de hierba alta y lo lejos unos enormes árboles.


- ¡Por el fantasma del Gran César! - John señaló al horizonte - Profesor ¿Eso que se ve a lo lejos es un dinosaurio?


- Ven, les dije que en esta isla había monstruosos – señaló riendo Jean.


- Parece un braquiosaurio, pero es imposible, esas enormes bestias jurásicas se extinguieron hace millones de años.


- Está será la noticia del año, debemos acercarnos para poder fotografiarlos – la impulsiva Lois ya estaba descendiendo el promontorio.


- Espere señorita, no sabemos que se puede esconder por la hierba – Kristoff avanzó rifle en ristre – ¡ Espere O´Neil!


Todos siguieron a la intrépida reportera.


La hierba les llegaba hasta la cintura, la tierra estaba húmeda y el cielo cada vez más encapotado.


- Muévanse despacio y en silencio – recomendó el cazador.


El grupo avanzó en dirección a los grandes saurios que se encontraban entre los árboles lejanos, truenos y relámpagos anunciaban la tormenta por venir.


- John esto es tan emocionante, ¿ Cómo habrán sobrevivido los dinosaurios en esta isla desconocida por el hombre?- dijo Lois.


- Ni idea Lois, espero que el profesor pueda descubrir algo más – respondió Doe - ¡ Cuidado, a su derecha Dupont!


El ruso descargó su escopeta, entre la hierba, varios saurios del tamaño de gallos se habían acercado con intenciones hostiles al grupo, pero tras el estrépito del disparo habían retrocedido.


- Es un grupo de compsognathus – aclaró el zoólogo – si siguen disparando no creo que se atrevan a atacarnos.


- Tragad plomo pequeños mierdecillas – soltó Kristoff, mientras disparaba intentando dar a sus pequeños objetivos.


- Debemos seguir avanzando, a unos metros veo una formación rocosa y el principio del bosque selvático – dijo John Doe.


Tras varios disparos mezclados con los truenos, los pequeños dinosaurios abandonaron su persecución, y el grupo siguió avanzando hacia las rocas. Al alcanzar su objetivo pudieron ver como un par de gigantescos dinosaurios cuellilargos avanzaban por una especie de camino entre la floresta. Estaban a una distancia prudencial y Lois aprovechó para tomar una fotografía de los gigantescos animales. Un rayo cayó en un árbol cercano, mientras miraban el asombroso espectáculo natural, un saurio alado descendió en picado y con sus poderosas patas agarró al pobre Jean Dupont.


- ¡ Merde! Ayúdenme – intentaba gritar, pero el dolor de las garras clavadas en sus hombros hizo que se desmayase en pleno vuelo.


Kristoff intentó un par de disparos sin éxito. Todos estaban aterrados, y había empezado a llover a cántaros.


El grupo decidió internarse en la zona arbolada, siguiendo los embarrados senderos de los braquiosaurios, que ascendían por una suave colina. Desde su nueva posición atisbaron algo en la lejanía.


- Allá en la ladera del volcán se ve algún tipo de edificación con luces – dijo Kristoff fuertemente haciéndose oír bajo la tormenta; el cazador demostraba tener una vista aguda.


- Intentemos seguir por estos senderos hasta ese sitio – respondió John.


Por el estrépito de la lluvia no se percataron de la repentina aparición de un enorme ejemplar de cuellilargo, que se movía con rapidez hacia ellos.


Con esta delicada situación arrancamos la aventura de John Doe en la isla ignota. Recuerden que el buen Kristoff perdió la cabeza.


- ¿ Qué ha podido hacer esto? - se preguntó Lois llorando aterrada.


- Otro dinosaurio – apuntó Owen señalando hacia la parte superior de la pared rocosa – más concretamente un tiranosaurio rex – el enorme terópodo agachó su enorme cabeza abriendo las ensangrentadas mandíbulas hacia el grupo. Por suerte la altura impedía al saurio alcanzarles.


- Maldita bestia, cómete esto– John Doe desenfundó su extraña pistola de rayos y disparó sin miramientos a la enorme boca dentada – ¡ Apártense, va a caer!


El dinosaurio trastabilló y terminó aterrizando sobre el cuerpo del cazador. Su cráneo echaba humo y al acercarse John y el profesor Owen descubrieron algo inaudito. Ciertas incógnitas se despejaban pero la ecuación distaba de ser resuelta.


- Es un robot – dijo John mientras revolvía con un palo el cableado y las partes mecánicas de la cabeza reventada del falso saurio – pero que recuerde, nunca he visto un autómata tan avanzado.


- No sé que decirle señor Doe, esto escapa totalmente a mi campo de estudio – palpó al inactivo tiranosaurio robot – la piel está muy lograda, parece realizada con algún material plástico. Supongo que el resto de seres prehistóricos que hemos visto deben tener el mismo origen.


- Que cosa más espantosa – soltó Lois mientras fotografiaba al espécimen -al menos ha dejado de llover – exclamó poco después, mientras escurría sus rojizos cabellos.


- Estad alerta compañeros, quizás haya alguien manejando a estos títeres de metal – miró la cabeza sin vida de Kristoff – cuando estemos seguros intentaremos sacar de ahí el cuerpo del cazador y llevarlo de vuelta a Nueva York. Ahora intentemos llegar cuanto antes a ese sitio iluminado.


El grupo rodeó la escarpada pared de roca. El viejo profesor caminaba apoyado en una rama que hacía de bastón, Lois le ayudaba y John les abría paso a machetazos por la espesa vegetación. Tras un tiempo indeterminado llegaron a una pista de tierra desde la que se divisaba su objetivo.


- Dudo que esta carretera bien cuidada haya sido obra de los dinosaurios – dijo con sorna Doe – creo que debería acompañaros al barco y luego volver a buscar al señor Dupont, algo me dice que si vive alguien en ese edificio puede ser peligroso, o que incluso sea el culpable del secuestro de nuestro compañero.


- No John, vamos contigo – dijo Lois decidida – cuando encontremos a Jean es posible que sea demasiado tarde para él.


- Tengo algo mejor el pie, señor Doe – respondió el profesor sin mucha confianza – les acompañaré a donde vayan.


- No creo que sea buena idea, yo podría colarme en el edificio y liber...- el diálogo se ve interrumpido por la luz de un enorme foco.


- ¡ Quietos! Si se mueven abriremos fuego.


-Debe ser una broma – dijo Lois levantando los brazos.

- Sigámosle el juego – dijo John imitando a su compañera – llevadnos ante vuestro líder.

- Aunque sean artificiales, esos gallimimus están muy logrados- apostilló el profesor.


El grupo había sido rodeado por tres soldados montados en saurios que recordaban a avestruces, los tipos no llevaban ningún uniforme reconocible y les apuntaban con armas similares a la pistola de rayos de John Doe. Fueron esposados y conducidos a su cuartel general, el edificio iluminado en la ladera del volcán. Al atravesar unas macizas puertas metálicas llegaron a un pequeño patio, los soldados desmontaron sin dejar de apuntarles, y sobre una pasarela metálica se encontraba su anfitrión. Un anciano decrépito con ropa de científico.


- Bienvenidos - dijo con voz cavernosa y con acento alemán– bienvenidos a mi morada, mentiría si dijese que no les esperaba – el viejo fue descendiendo unas escaleras para acercarse a los prisioneros – me presento, soy el doctor Helmut Schmidt.


- ¡ Gran Scott! - exclamó sorprendido Owen – todos le daban por muerto tras la Gran Guerra.


- ¿ Profesor, conoce a este viejo malvado? - preguntó Lois.


- Era un reputado ingeniero mecánico alemán experto en armamento, solía trabajar con los peores delincuentes del mundo y durante la guerra trabajó para las Potencias centrales.


- Como ve profesor, sigo vivo y en activo – el viejo se acercó a la muchacha, Lois pudo ver su rostro apergaminado y amarillento, y como unos tubos salían de su nariz y de la misma piel de la cabeza hacia su espalda. Con un enérgico tirón abrió la camisa de Lois, dejando expuesto el sujetador relleno del generoso busto de la reportera.


- ¡ Déjala en paz monstruo! - gritó John, intentando zafarse del soldado que le retenía.


- Vaya, vaya, así que este joven patán es el famoso John Doe – Schmidt se acercó al fornido aventurero – no pareces gran cosa, solo un yankee fanfarrón del montón. Sin embargo, hay algo que me interesa, ¿ Dónde has conseguido este arma? - uno de los soldados le había pasado la pistola de rayos incautada previamente a John – por su número de serie, ésta fue una de mis primeras pistolas de rayos y se la regalé a una de las mentes criminales más brillantes del Viejo mundo.


- No sé de que me habla, hace un par de años me desperté con amnesia en un hospital de Nueva York, y la pistola la encontré en mi piso. No recuerdo nada anterior a ese momento, quizás la compré en algún sitio.


- Estúpido, el dueño de esa poderosa arma no se desprendería tan alegremente de ella – se inclinó para dar una bofetada a Doe - Llevo años autoexiliado en esta maldita ínsula, aún así me han llegado las noticias de sus aventuras escritas por la bella O´Neil. Ha derrotado a viejos camaradas del mundo criminal como Paolo “Carapizza” Mantegna o la banda del Mimo. Eres un peligro para mis planes y por eso tu vida terminará en esta isla sin nombre.


Los malvados guardias condujeron al grupo a una zona de internamiento, les dejaron en ropa interior, les quitaron las esposas y los encerraron en una celda enrejada.


- Estamos perdidos, a saber que hará ese maníaco con nosotros – Lois y el profesor Owen estaban abatidos y asustados - ¿ Qué habrá ocurrido con Jean?


- No sé Lois – a John le molestaba que la reportera siguiera pensando en el maldito gabacho, pero a decir verdad, él también estaba pensando en que sería del tal Dupont, y de los marinos del Coquin – no os procupéis, tengo un plan para salir de aquí – dijo susurrando pues aún quedaba un guardia en la puerta – pero debemos esperar al momento propicio – John le echó un ojo al tobillo del anciano – descanse en el camastro profesor, aún tiene la zona muy inflamada.


Pasaron los minutos, un par de guardias habían molestado con comentarios soeces a Lois.


- Enséñanos las tetas, perra americana – dijo uno en un inglés chapucero con bastante acento latino.


Tras un rato de risas e improperios, los dejaron solos en la estancia-prisión y John Doe empezó a rascar una parte concreta de su antebrazo. Sus compañeros miraban curiosos, pero de repente, un viejo conocido apareció.


Bonne nuit, mes amis – Jean Dupont apareció con el torso vendado – ese maldito pterodáctilo robot me fastidió bien los hombros, aunque vosotros si que estáis bien jodidos – rió maliciosamente.


- Maldito traidor, y pensar que estaba preocupada por ti – Lois se lanzó contra los barrotes con gesto desafiante.


- Tranquila gatita, he intercedido por ti a Schmidt – se acercó para intentar tocar el rostro de Lois y ésta evitó su tacto – cuando eliminen a tus amigos tu te convertirá en mi esclava – dijo con una risita – lo vamos a pasar muy bien tu y yo, ma cherie.


- ¿ Por qué ayudas a ese teutón chalado? - preguntó Doe al tiempo que se acercaba al cuerpo semidesnudo de O´Neil - ¿ Qué sacas de esta impía alianza?


- Digamos que la empresa familiar no va tan bien como parece, papá ya había tratado con el doctor en el pasado y ahora le ayudaremos a llevar a cabo su plan de desestabilización mundial – se mesó el bigote – con sus creaciones robóticas y sus armas podremos dominar el mundo.


- Eres escoria maldita rata gala – dijo con furia el profesor.


- Oui, oui, en breve vendrán a buscarles – dejó la habitación entre malévolas risotadas.


Cuando estuvieron solos, John Doe llevó a cabo su plan. Lois y Joshep vieron como se rascaba con profusión hasta levantarse la piel del antebrazo izquierdo.


- Que asco, ¿ Por qué haces eso John? - dijo disgustada la reportera


- Mira bien Lois, es una falsa epidermis sintética en la que guardo un juego de ganzúas especiales – sonrío mientras empezaba a trastear con la cerradura de la celda – está hecha con el mismo material que las prótesis de mis disfraces – la puerta se abrió y Doe se puso a un lado de la entrada de la habitación – en cuanto entre alguno de los guardias le atacaré, vosotros esperad ahí.


Tras unos diez minutos de espera, la puerta se abrió.


- Prisioneros, el doctor les espera – se oía una sola voz y pasos de una persona – ey falta uno.


Antes de decir nada más, Doe realizó una técnica de estrangulación para dejar a su oponente fuera de juego.


- ¿ Lo ha matado ? - preguntó el profesor.


- No, no soy un asesino , le corresponde a la justicia castigar a estos hombres – Doe cogió la pistola de rayos del guardia y la toqueteo unos segundos – es un arma muy similar a la mía, le he bajado intensidad al rayo para que solo aturda a los enemigos.


- Muy noble por su parte – dijo Owen acercándose – pero primero deberemos salir vivos de aquí.


- John podrías usar el uniforme del guardia - apuntó Lois – al menos no irás en calzoncillos al combate.


- Buena idea – empezaron a desnudar al tipo – creo que tengo un plan.


El trío salió de la pequeña prisión a un almacén lleno de cajas, John iba apuntando a los dos prisioneros con su arma, no creía que su pequeña charada engañase por mucho tiempo a los demás guardias o a Jean, pero al menos le daría unos valiosos segundos. De momento todo iba bien, vieron la puerta que daba al patio exterior, donde habían hablado con Schmidt. Desde que habían entrado al enorme almacén se oía un estruendo industrial, y en la pared contigua a la de salida vieron como el almacén daba paso a un enorme taller, en su interior podían atisbar enormes esqueletos metálicos de los saurios robots.


- ¿ Qué hacen aquí los prisioneros? ¿ Tú quien er...


- A dormir – rápidamente John Doe aturdió al guardia y se agacho para recoger su armas – Lois vístete, lo siento profesor, el siguiente para usted.


La ropa le estaba grande, pero al menos dejaría de pasearse en ropa interior por ese condenado sitio.


- Toma esta pistola, se usa igual que cualquier pistola automática – le lanzó el arma de rayos a Lois – a cubierto, vienen más guardias.


Los impactos de los rayos reventaron una caja cercana, los guardias no tenían sus armas en modo aturdir. Desde un altavoz oyeron la voz del ingeniero loco.


- Veo que han logrado escapar de su prisión, pues bien, han saltado de la sartén para caer en las brasas.


En una de las paredes laterales de la loca factoría del alemán se abrió una compuerta metálica, de la cual salió un enorme dragón rojo que lanzaba llamaradas por la boca.


Nuestros héroes se encontraban entre la espada y la pared, por un lado tres guardias les disparaban rayos mortales y por el otro, un dragón robot del tamaño de un brontosaurus les lanzaba fuego. El profesor Owen se había refugiado en una esquina del almacén, bajo unas cajas.


Lois a por los guardias primero – indicó John, escondido tras una robusta caja – y debemos movernos, el dragón se acerca – notaba el calor de las llamaradas en su fornida espalda.


- Entendido John – O´Neil salió de su cobertura para acertar con un rayo a un guardia que se dirigía corriendo hacia su posición.


- Buen tiro – la caja empezaba a hacerse astilla por los disparos de los enemigos.


Doe se lanzó rodando hacia un lateral, disparó a uno de sus enemigos en plena cabeza y con otra voltereta logró llegar a cubierto, tenía una puntería estupenda, además de haber practicado mucho con ese tipo de arma. Lois seguía disparando, sin demasiada suerte y no se percató de la cercanía del dragón. En un alarde de heroísmo, el viejo profesor tiró al suelo a la joven reportera justo a tiempo para salvarla de una terrible llamarada. El anciano emitió un grito de agónico dolor, su desnuda espalda se había chamuscado. El dragón seguía acercándose inexorablemente a sus presas, y cuando todo parecía perdido, un rayo impactó en la testa del dragón llévandose por delante parte de la falsa piel del animal mitológico y estropeando el mecanismo lanzallamas; era John que tras deshacerse del último guardia pudo ayudarles sin miedo a ser reventado por un rayo a plena potencia. Entre Doe y O´Neil agarraron al doctor que había caído inconsciente por el tremendo dolor. Oyeron una voz conocida por megafonía.


- Pobre Joshep Owen, no creo que viva mucho más – era la asquerosa voz del germano – aunque no creo que ninguno de ustedes sobreviva.


- Mira John – Lois señalo a una de las esquinas del almacén – tiene cámaras y altavoces. Este sitio parece sacado de un relato de ciencia ficción.


- Lois, cambia a modo letal tu pistola, intentemos acabar con ese coloso mecánico – dijo John sin parar de disparar a la mole que se les acercaba, chafando todo lo que se ponía por delante.


El dragón continuaba avanzando mientras destruía el almacén. Doe portó al profesor hasta la pares más alejada, a la que pasaba cerca de la puerta que daba al patio, comprobó que el exterior estaba plagado de dinosaurios. Lois agarró dos pistolas de rayos de los guardias caídos. Tras posicionarse en el punto más alejado, comenzaron a disparar con todo lo que tenían, por suerte el dragón no podía lanzar sus llamaradas mortales.


- Intenta darle en la cabeza – gritó John, mientras acertaba varios disparos.


- Eso intento – respondió Lois, el tiempo que un rayo láser reventaba uno de los ojos artificiales.


- Tras una andanada de disparos de alta potencia el dragón fue decapitado, el monstruo era ya un amasijo andante de cables, engranajes y otras piezas mecánicas.


- Yuju! - Lois se animo por un segundo – ostras, sigue andando.


- Dispara a las cámaras Lois, seguro que el loco de Schmidt lo está controlando a distancia – reventaron las 6 cámaras del enorme espacio de almacenaje – ahora tírale a las patas.


- La pareja siguió disparando, fundieron la energía de un par de las pistolas, justo a tiempo para que tras ser cubiertos por la última lluvia de astillas de las cajas, todo quedase en silencio. El peligroso autómata había sido detenido a unos escasos tres metros de su posición.


- Fue intenso – dijo Lois, tirada en el suelo resollando – casi no lo contamos.


- Menos mal que tienes buena puntería Lois – sonrío John, mientras enfundaba el arma y se agachaba para ver como estaba el herido – Owen, ha dejado de respirar, no tiene pulso.


- Él me salvó de una muerte segura – O´Neil estalló en un mar de lágrimas – Y todo por los caprichos de una mente desquiciada.


- Lo siento Lois, pero no podemos detenernos ahora, debemos encontrar un modo de salir de aquí – cerró los ojos del anciano – has sido todo un héroe Joshep.John y Lois, tomaron aire por unos segundos, estaban rodeados de destrucción, de cuerpos inertes y del “cadáver” del dragón. A sus espaldas la pequeña prisión, a su izquierda una puerta que daba a un patio infestado de saurios robóticos, a la derecha una pared lisa y delante la entrada a la estrepitoso taller del inventor teutón. Una voz débil proveniente de un altavoz en la zona de taller interrumpió los funestos pensamientos de la pareja.


- Bravo señor Doe, acérquese – era la áspera voz ya odiada por ellos.


Anduvieron hacia el taller, por el camino vieron como dos de los guardias habían muerto por la mole mecánica, parecían sobres de ketchup aplastados.


- Aquí me tienes maldito loco – gritó Doe, mientras exploraba la zona. Una pequeña factoría con multitud de máquinas, herramientas y demás, y a la derecha la puerta por la que había aparecido el dragón rojo – da la cara como un hombre, maldito germano.


- Soy un hombre anciano señor Doe, no lucharé cara a cara con usted – dijo la voz – es un logro que hayan sobrevivido a mi pequeña encerrona. Esta isla era muy aburrida, hice bien en enviar a mi socio galo a por ustedes. Kristoff y Owen han sido víctimas colaterales, pero tengo planes especiales para usted, al igual que el lascivo Dupont los tiene con esa furcia.


- Váyanse ambos al infierno – gritó desafiante Lois.


- Las pistolas de rayos de mis hombres no son de tan buena calidad como el prototipo que usted posee, señor Doe. Deduzco que deben estar casi agotadas, eso hará más interesante nuestro próximo juego – a la que decía eso, se abrió una puerta secreta en la ya conocida pared del taller mecánico – adelante, es hora de tener un tête à tête.


La pareja atravesó el umbral y se sorprendió al ver lo que parecía el hall de un castillo medieval. A su izquierda unas enormes escaleras conducían a una planta superior, a la derecha se veía un enorme portón que supusieron daba al exterior. Al frente, cerca de una pequeña puerta de servicio, les esperaba Jean Dupont, sentado en una pequeña silla, mientras bebía una copa de vino.


- Bienvenidos a mi hogar – en la parte superior de la escalinata estaba Schmidt, a su lado un guardia enorme les apuntaba con algún tipo de rifle extraño – por favor, Doe, tire su arma y acepte el reto de monsieur Dupont.


El francés se levantó, cogió de la pared un par de espadas de duelo, le lanzó una a Doe y se preparó para el combate.


- En garde, perro yankee – Jean movió con destreza su espada en el aire y apuntó a su rival.


Los dos espadachines se movían con fluidez buscando algún punto débil en el que hundir la espada.


Me habían dicho que era bueno con la espada, pero sus movimientos son increíbles – Jean lanzó una estocada que casi atraviesa el hombro de John – fui medalla de oro en Amberes, y me lo está poniendo difícil.


- Lo siento gabacho, no sé donde ni como aprendí, pero espero ganar est.. - tuvo que defenderse de otro ataque mortal.


- Sacrebleu, ya recuerdo donde vi un estilo similar – lanzaba su espada con rapidez el francés – hace años vi a un maestro toledano luchar así, uno de los últimos exponentes de la Verdadera Destreza.


No sé de que me hablas – John lanzó un ataque desesperado, haciendo retroceder a su rival.


- Menuda fiera – Dupont realizó una finta con contraataque, la punta de la espada atravesó el brazo izquierdo de John, que lanzó un grito agudo, mientras el marsellés reía como un maníaco – siente mi picadura.


John seguía defendiéndose maravillosamente, soportando el dolor penetrante y alejando pensamientos aciagos sobre el futuro de su miembro. Gracias a sus conocimientos en medicina, dedujo que la herida no era de extrema gravedad.


Los españoles eran buenos espadachines antiguamente – Jean seguía lanzando estocadas – sin embargo, los franceses refinamos e hicimos un arte de la esgrima.


Tras un par de minutos retrocediendo, John se acercó temerariamente a su peligroso enemigo, con fuerte golpe hizo que Jean bajase su arma, rápidamente le agarró la mano con que sujetaba el arma, soportando estoicamente el dolor, y clavó su espada en el costado del francés.


- ¿ Un atajo? - dijo en castellano Jean soltando la espada y taponando la herida – merde, ganó monsieur Doe.


Lois fue ayudar a John con su herida.


- Me ha fallado señor Dupont – dijo el alemán – y como Doe tiene esa estúpida manía de no matar, tendré que hacerlo yo.


- No, espere señor Schmidt aún puedo...


El gorila del doctor disparó, y al instante la cabeza de Dupont reventó como un melón, sangre y masa encefálica salpicaron a la pareja. Lois gritó y casi se desmalla.


- Un nuevo tipo de munición explosiva que estoy probando – sentenció el malvado ingeniero.


Lois y John volvieron a ser esposados, subieron la escalera y fueron conducidos a las estancias privadas de Helmut Schmidt, el guardaespaldas del doctor se quedó vigilando a Lois en una antesala , ésta permaneció sentada en un diván mirando un dibujo anatómico de dinosaurios, que colgaba en la pared frente a ella; se preguntaba si saldrían con vida de esa maldita isla ignota. Doe acompañó al doctor a su alcoba, una amplia habitación con chimenea, un escritorio, cama con dosel, papeles varios, algún mecanismo extraño y una decoración escueta. En un lateral había una puerta, que John entendía que daba al taller-factoría-laboratorio de los horrores del buen doktor.


Tome asiento señor Doe – le indicó una silla.


- Prefiero estar de pie – respondió amenazante John.


- Como quiera – le apuntó con una pistola de rayos – pero no olvide que si hace alguna tontería le fulminaré en el acto.


- Como le dije anteriormente, tengo un excelente plan de dominación mundial y enriquecimiento personal – miró detenidamente a su prisionero – y aunque usted es una amenaza que tengo controlada, aún me pica la curiosidad ¿ Quién es John Doe? ¿ Son ciertos todos esos artículos de O´Neil sobre usted?


- Ya se lo he dicho, ni yo mismo sé quién es John Doe – John cerró levemente los ojos – todo lo escrito por Lois es cierto, desperté sin recuerdos y solo tenía una llave que pertenecía a una caja de seguridad de un banco neoyorquino. Como habrá comprobado poseo habilidades y conocimientos, pero no sé en que momento pude adquirirlos.


- No tiene sentido, que nadie lo recuerde, que no conste en ningún registro y esa extraña amnesia – movió ligeramente la pistola, John se dió cuenta entonces que era su arma de rayos – un prototipo magnífico, un arma potente, portátil y que se recarga con la luz del sol; el hombre para el que la hice estaba tremendamente complacido. Supongo que en algún momento, usted lo vencería de algún modo, pero por fechas no me cuadra. Era un tipo duro, inteligente, maquiavélico y malvado; a veces dudaba incluso de que fuera humano. Pero la última vez que le vi, antes de finalizar la Gran Guerra, debía tener más de setenta años.


- Si va a matarme pégueme un tiro ya por favor, no estoy de ánimo para oír batallitas de ancianos, como le digo, no tengo ni idea de como llegó ese arma a mi poder – mientras hablaba, John estaba apretando sus manos, que estaban esposadas tras su espalda.


- Maldito americano insolente – Schmidt se puso de pie y se acercó a Doe – pese a los leves reveses que tu y esa putilla me habéis causado esta noche, desde aquí seguiré fabricando mis asombrosas bestias robóticas y mis armas, gracias al volcán en activo sobre el que estamos puedo conseguir energía geotérmica casi infinita.


- ¿ Y cómo controla a los autómatas? - preguntó John intentando ganar algo de tiempo, esas esposas se estaban resistiendo, pero con su habilidad de escapismo no tardaría mucho en dislocarse el pulgar y liberar su diestra.


- Un bruto como tu no lo entendería, pero digamos que tienen un modo automático y otro manual con el que puedo controlarlos mediante una consola de mando en mi taller – sonrío y apuntó a John – es hora de morir, maldito americano entrometido.


Doe liberó su mano, desvió el arma y propinó un tremendo puñetazo, que lanzó al viejales contra el enorme escritorio. Rápidamente, le quitó el arma y le apuntó.


- Quieto ahí herr docktor, las esposas pueden retenerme tan poco tiempo como a Houdini.


Justo en ese momento entró el enorme guardia con su rifle experimental.


¡ Cuidado John! - le alertó Lois.


John Doe saltó a un lado con agilidad de felino, la bala explosiva reventó el pecho del viejo doctor, el gorila tiró el arma al suelo y se acercó a acunar el cuerpo del fallecido germano.


Atiza, es como una versión repugnante de la Piedad – exclamó Lois mientras se reunía con su amigo - ¿ Estás bien John?


- Si – respondió éste mientras liberaba su mano izquierda del grillete – y creo que tengo un plan para acabar con este lugar impío.


John y Lois se dirigieron al taller, atravesaron la puerta de la alcoba y se encontraron en un espacio elevado desde el que se veía toda la factoría y parte del almacén destruido. John reconoció la consola de mando que había comentado el doctor, aunque no entendía como funcionaba. Algo más adelante se encontraba una puerta metálica cerrada.


- ¿ Sabes algo de ingeniería mecánica? - preguntó Lois.


- Vamos a averiguarlo – respondió Doe – de momento no sé como funciona esta cosa con la que controlaba a los saurios robots. Comentó algo sobre extraer energía del volcán – John dejó de hablar y empezó a deambular por el lugar, bajó por unas escalerillas metálicas, fue observándolo todo detenidamente.


- Lleva cuidado por si hay más guardias - Lois no entendía gran cosa de todo aquello, pero estaba deseando largarse de allí y pedir ayuda. 


- Eureka, esta enorme maquinaria es la que extrae, convierte y distribuye la energía obtenida del magma del volcán sobre el que nos encontramos. Lois echa un ojo a la puerta que tienes ahí arriba.


- Pásame tu arma, no me fío ni un pelo de este lugar – cuando estuvo preparada, abrió la puerta metálica, mientras John trasteaba con la maquinaria. Un pasillo metálico giraba hacia la derecha y desde ahí bajaba una escalera hasta el interior de lo que parecía un hangar, Lois podía intuir la forma de un biplano. Volvió al taller – John, ¿ Sabes pilotar un biplano?


- Si, lo comprobé hace unos meses en Dayton, pásame la pistola de rayos – Lois obedeció y John disparó a ciertos puntos, se produjeron pequeñas explosiones – ¡ Corre Lois!


La pareja llegó al hangar, pusieron en marcha el avión y salieron justo a tiempo para ver como parte de la edificación reventaba, llevándose por delante a algunos de los dinosaurios. El volcán comenzó a temblar y a expulsar humo, entendían que pronto entraría en erupción. Lois pensaba en los compañeros que habían muerto y en los franceses del barco, ¿ Estarían en el ajo? Que decepción resultó ser Dupont. Doe seguía sorprendiéndose con sus habilidades. El biplano volaba libre hacia la luz de la aurora. La pesadilla había terminado, ¿ O no?


La pareja notó un golpe en uno de los laterales de la aeronave, el enorme pterodáctilo intentaba derribarlos.


- Agárrate Lois – gritó John.


Comenzó un bizarro combate aéreo entre el moderno biplano y el saurio de alas membranosas. John intentaba colocarse tras el maldito robot y poder descargar la ametralladora del avión, mientras que el saurio atacaba con su largo pico. Tras unos minutos de agonía, Doe realizó un looping, se colocó tras su presa y logró reventar las alas artificiales del falso saurio. Por fin podrían respirar tranquilos. La pareja se dirigía hacia el continente y el volcán engullía con humo y lava la isla ignota.


FIN


( John Doe volverá)






3 comentarios :

  1. Anónimo dijo... :

    Muy guapo el relato!

  1. ¡ Con ganas de la próxima aventura!

  1. Joaco dijo... :

    Muy guapo el relato

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