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JOHN DOE´S WEIRD STORIES / LA ISLA IGNOTA 6

 LA ISLA IGNOTA 6, por Antonio J. López


Los dos espadachines se movían con fluidez buscando algún punto débil en el que hundir la espada.


Me habían dicho que era bueno con la espada, pero sus movimientos son increíbles – Jean lanzó una estocada que casi atraviesa el hombro de John – fui medalla de oro en Amberes, y me lo está poniendo difícil.


- Lo siento gabacho, no sé donde ni como aprendí, pero espero ganar est.. - tuvo que defenderse de otro ataque mortal.


- Sacrebleu, ya recuerdo donde vi un estilo similar – lanzaba su espada con rapidez el francés – hace años vi a un maestro toledano luchar así, uno de los últimos exponentes de la Verdadera Destreza.


No sé de que me hablas – John lanzó un ataque desesperado, haciendo retroceder a su rival.


- Menuda fiera – Dupont realizó una finta con contraataque, la punta de la espada atravesó el brazo izquierdo de John, que lanzó un grito agudo, mientras el marsellés reía como un maníaco – siente mi picadura.


John seguía defendiéndose maravillosamente, soportando el dolor penetrante y alejando pensamientos aciagos sobre el futuro de su miembro. Gracias a sus conocimientos en medicina, dedujo que la herida no era de extrema gravedad.


Los españoles eran buenos espadachines antiguamente – Jean seguía lanzando estocadas – sin embargo, los franceses refinamos e hicimos un arte de la esgrima.


Tras un par de minutos retrocediendo, John se acercó temerariamente a su peligroso enemigo, con fuerte golpe hizo que Jean bajase su arma, rápidamente le agarró la mano con que sujetaba el arma, soportando estoicamente el dolor, y clavó su espada en el costado del francés.


- ¿ Un atajo? - dijo en castellano Jean soltando la espada y taponando la herida – merde, ganó monsieur Doe.


Lois fue ayudar a John con su herida.


- Me ha fallado señor Dupont – dijo el alemán – y como Doe tiene esa estúpida manía de no matar, tendré que hacerlo yo.


- No, espere señor Schmidt aún puedo...


El gorila del doctor disparó, y al instante la cabeza de Dupont reventó como un melón, sangre y masa encefálica salpicaron a la pareja. Lois gritó y casi se desmalla.


- Un nuevo tipo de munición explosiva que estoy probando – sentenció el malvado ingeniero.


Lois y John volvieron a ser esposados, subieron la escalera y fueron conducidos a las estancias privadas de Helmut Schmidt, el guardaespaldas del doctor se quedó vigilando a Lois en una antesala , ésta permaneció sentada en un diván mirando un dibujo anatómico de dinosaurios, que colgaba en la pared frente a ella; se preguntaba si saldrían con vida de esa maldita isla ignota. Doe acompañó al doctor a su alcoba, una amplia habitación con chimenea, un escritorio, cama con dosel, papeles varios, algún mecanismo extraño y una decoración escueta. En un lateral había una puerta, que John entendía que daba al taller-factoría-laboratorio de los horrores del buen doktor.


Tome asiento señor Doe – le indicó una silla.


- Prefiero estar de pie – respondió amenazante John.


- Como quiera – le apuntó con una pistola de rayos – pero no olvide que si hace alguna tontería le fulminaré en el acto.


- Como le dije anteriormente, tengo un excelente plan de dominación mundial y enriquecimiento personal – miró detenidamente a su prisionero – y aunque usted es una amenaza que tengo controlada, aún me pica la curiosidad ¿ Quién es John Doe? ¿ Son ciertos todos esos artículos de O´Neil sobre usted?


- Ya se lo he dicho, ni yo mismo sé quién es John Doe – John cerró levemente los ojos – todo lo escrito por Lois es cierto, desperté sin recuerdos y solo tenía una llave que pertenecía a una caja de seguridad de un banco neoyorquino. Como habrá comprobado poseo habilidades y conocimientos, pero no sé en que momento pude adquirirlos.


- No tiene sentido, que nadie lo recuerde, que no conste en ningún registro y esa extraña amnesia – movió ligeramente la pistola, John se dió cuenta entonces que era su arma de rayos – un prototipo magnífico, un arma potente, portátil y que se recarga con la luz del sol; el hombre para el que la hice estaba tremendamente complacido. Supongo que en algún momento, usted lo vencería de algún modo, pero por fechas no me cuadra. Era un tipo duro, inteligente, maquiavélico y malvado; a veces dudaba incluso de que fuera humano. Pero la última vez que le vi, antes de finalizar la Gran Guerra, debía tener más de setenta años.


- Si va a matarme pégueme un tiro ya por favor, no estoy de ánimo para oír batallitas de ancianos, como le digo, no tengo ni idea de como llegó ese arma a mi poder – mientras hablaba, John estaba apretando sus manos, que estaban esposadas tras su espalda.


- Maldito americano insolente – Schmidt se puso de pie y se acercó a Doe – pese a los leves reveses que tu y esa putilla me habéis causado esta noche, desde aquí seguiré fabricando mis asombrosas bestias robóticas y mis armas, gracias al volcán en activo sobre el que estamos puedo conseguir energía geotérmica casi infinita.


- ¿ Y cómo controla a los autómatas? - preguntó John intentando ganar algo de tiempo, esas esposas se estaban resistiendo, pero con su habilidad de escapismo no tardaría mucho en dislocarse el pulgar y liberar su diestra.


- Un bruto como tu no lo entendería, pero digamos que tienen un modo automático y otro manual con el que puedo controlarlos mediante una consola de mando en mi taller – sonrío y apuntó a John – es hora de morir, maldito americano entrometido.


Doe liberó su mano, desvió el arma y propinó un tremendo puñetazo, que lanzó al viejales contra el enorme escritorio. Rápidamente, le quitó el arma y le apuntó.


- Quieto ahí herr docktor, las esposas pueden retenerme tan poco tiempo como a Houdini.


Justo en ese momento entró el enorme guardia con su rifle experimental.


¡ Cuidado John! - le alertó Lois.


John Doe saltó a un lado con agilidad de felino, la bala explosiva reventó el pecho del viejo doctor, el gorila tiró el arma al suelo y se acercó a acunar el cuerpo del fallecido germano.


Atiza, es como una versión repugnante de la Piedad – exclamó Lois mientras se reunía con su amigo - ¿ Estás bien John?


- Si – respondió éste mientras liberaba su mano izquierda del grillete – y creo que tengo un plan para acabar con este lugar impío.


John y Lois se dirigieron al taller, atravesaron la puerta de la alcoba y se encontraron en un espacio elevado desde el que se veía toda la factoría y parte del almacén destruido. John reconoció la consola de mando que había comentado el doctor, aunque no entendía como funcionaba. Algo más adelante se encontraba una puerta metálica cerrada.


- ¿ Sabes algo de ingeniería mecánica? - preguntó Lois.


- Vamos a averiguarlo – respondió Doe – de momento no sé como funciona esta cosa con la que controlaba a los saurios robots. Comentó algo sobre extraer energía del volcán – John dejó de hablar y empezó a deambular por el lugar, bajó por unas escalerillas metálicas, fue observándolo todo detenidamente.


- Lleva cuidado por si hay más guardias - Lois no entendía gran cosa de todo aquello, pero estaba deseando largarse de allí y pedir ayuda. 


- Eureka, esta enorme maquinaria es la que extrae, convierte y distribuye la energía obtenida del magma del volcán sobre el que nos encontramos. Lois echa un ojo a la puerta que tienes ahí arriba.


- Pásame tu arma, no me fío ni un pelo de este lugar – cuando estuvo preparada, abrió la puerta metálica, mientras John trasteaba con la maquinaria. Un pasillo metálico giraba hacia la derecha y desde ahí bajaba una escalera hasta el interior de lo que parecía un hangar, Lois podía intuir la forma de un biplano. Volvió al taller – John, ¿ Sabes pilotar un biplano?


- Si, lo comprobé hace unos meses en Dayton, pásame la pistola de rayos – Lois obedeció y John disparó a ciertos puntos, se produjeron pequeñas explosiones – ¡ Corre Lois!


La pareja llegó al hangar, pusieron en marcha el avión y salieron justo a tiempo para ver como parte de la edificación reventaba, llevándose por delante a algunos de los dinosaurios. El volcán comenzó a temblar y a expulsar humo, entendían que pronto entraría en erupción. Lois pensaba en los compañeros que habían muerto y en los franceses del barco, ¿ Estarían en el ajo? Que decepción resultó ser Dupont. Doe seguía sorprendiéndose con sus habilidades. El biplano volaba libre hacia la luz de la aurora. La pesadilla había terminado, ¿ O no?


La pareja notó un golpe en uno de los laterales de la aeronave, el enorme pterodáctilo intentaba derribarlos.


- Agárrate Lois – gritó John.


Comenzó un bizarro combate aéreo entre el moderno biplano y el saurio de alas membranosas. John intentaba colocarse tras el maldito robot y poder descargar la ametralladora del avión, mientras que el saurio atacaba con su largo pico. Tras unos minutos de agonía, Doe realizó un looping, se colocó tras su presa y logró reventar las alas artificiales del falso saurio. Por fin podrían respirar tranquilos. La pareja se dirigía hacia el continente y el volcán engullía con humo y lava la isla ignota.


FIN


( John Doe volverá)




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