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JOHN DOE´S WEIRD STORIES / LA ISLA IGNOTA 5

 LA ISLA IGNOTA, por Antonio J. López


-Debe ser una broma – dijo Lois levantando los brazos.

- Sigámosle el juego – dijo John imitando a su compañera – llevadnos ante vuestro líder.

- Aunque sean artificiales, esos gallimimus están muy logrados- apostilló el profesor.


El grupo había sido rodeado por tres soldados montados en saurios que recordaban a avestruces, los tipos no llevaban ningún uniforme reconocible y les apuntaban con armas similares a la pistola de rayos de John Doe. Fueron esposados y conducidos a su cuartel general, el edificio iluminado en la ladera del volcán. Al atravesar unas macizas puertas metálicas llegaron a un pequeño patio, los soldados desmontaron sin dejar de apuntarles, y sobre una pasarela metálica se encontraba su anfitrión. Un anciano decrépito con ropa de científico.


- Bienvenidos - dijo con voz cavernosa y con acento alemán– bienvenidos a mi morada, mentiría si dijese que no les esperaba – el viejo fue descendiendo unas escaleras para acercarse a los prisioneros – me presento, soy el doctor Helmut Schmidt.


- ¡ Gran Scott! - exclamó sorprendido Owen – todos le daban por muerto tras la Gran Guerra.


- ¿ Profesor, conoce a este viejo malvado? - preguntó Lois.


- Era un reputado ingeniero mecánico alemán experto en armamento, solía trabajar con los peores delincuentes del mundo y durante la guerra trabajó para las Potencias centrales.


- Como ve profesor, sigo vivo y en activo – el viejo se acercó a la muchacha, Lois pudo ver su rostro apergaminado y amarillento, y como unos tubos salían de su nariz y de la misma piel de la cabeza hacia su espalda. Con un enérgico tirón abrió la camisa de Lois, dejando expuesto el sujetador relleno del generoso busto de la reportera.


- ¡ Déjala en paz monstruo! - gritó John, intentando zafarse del soldado que le retenía.


- Vaya, vaya, así que este joven patán es el famoso John Doe – Schmidt se acercó al fornido aventurero – no pareces gran cosa, solo un yankee fanfarrón del montón. Sin embargo, hay algo que me interesa, ¿ Dónde has conseguido este arma? - uno de los soldados le había pasado la pistola de rayos incautada previamente a John – por su número de serie, ésta fue una de mis primeras pistolas de rayos y se la regalé a una de las mentes criminales más brillantes del Viejo mundo.


- No sé de que me habla, hace un par de años me desperté con amnesia en un hospital de Nueva York, y la pistola la encontré en mi piso. No recuerdo nada anterior a ese momento, quizás la compré en algún sitio.


- Estúpido, el dueño de esa poderosa arma no se desprendería tan alegremente de ella – se inclinó para dar una bofetada a Doe - Llevo años autoexiliado en esta maldita ínsula, aún así me han llegado las noticias de sus aventuras escritas por la bella O´Neil. Ha derrotado a viejos camaradas del mundo criminal como Paolo “Carapizza” Mantegna o la banda del Mimo. Eres un peligro para mis planes y por eso tu vida terminará en esta isla sin nombre.


Los malvados guardias condujeron al grupo a una zona de internamiento, les dejaron en ropa interior, les quitaron las esposas y los encerraron en una celda enrejada.


- Estamos perdidos, a saber que hará ese maníaco con nosotros – Lois y el profesor Owen estaban abatidos y asustados - ¿ Qué habrá ocurrido con Jean?


- No sé Lois – a John le molestaba que la reportera siguiera pensando en el maldito gabacho, pero a decir verdad, él también estaba pensando en que sería del tal Dupont, y de los marinos del Coquin – no os procupéis, tengo un plan para salir de aquí – dijo susurrando pues aún quedaba un guardia en la puerta – pero debemos esperar al momento propicio – John le echó un ojo al tobillo del anciano – descanse en el camastro profesor, aún tiene la zona muy inflamada.


Pasaron los minutos, un par de guardias habían molestado con comentarios soeces a Lois.


- Enséñanos las tetas, perra americana – dijo uno en un inglés chapucero con bastante acento latino.


Tras un rato de risas e improperios, los dejaron solos en la estancia-prisión y John Doe empezó a rascar una parte concreta de su antebrazo. Sus compañeros miraban curiosos, pero de repente, un viejo conocido apareció.


Bonne nuit, mes amis – Jean Dupont apareció con el torso vendado – ese maldito pterodáctilo robot me fastidió bien los hombros, aunque vosotros si que estáis bien jodidos – rió maliciosamente.


- Maldito traidor, y pensar que estaba preocupada por ti – Lois se lanzó contra los barrotes con gesto desafiante.


- Tranquila gatita, he intercedido por ti a Schmidt – se acercó para intentar tocar el rostro de Lois y ésta evitó su tacto – cuando eliminen a tus amigos tu te convertirá en mi esclava – dijo con una risita – lo vamos a pasar muy bien tu y yo, ma cherie.


- ¿ Por qué ayudas a ese teutón chalado? - preguntó Doe al tiempo que se acercaba al cuerpo semidesnudo de O´Neil - ¿ Qué sacas de esta impía alianza?


- Digamos que la empresa familiar no va tan bien como parece, papá ya había tratado con el doctor en el pasado y ahora le ayudaremos a llevar a cabo su plan de desestabilización mundial – se mesó el bigote – con sus creaciones robóticas y sus armas podremos dominar el mundo.


- Eres escoria maldita rata gala – dijo con furia el profesor.


- Oui, oui, en breve vendrán a buscarles – dejó la habitación entre malévolas risotadas.


Cuando estuvieron solos, John Doe llevó a cabo su plan. Lois y Joshep vieron como se rascaba con profusión hasta levantarse la piel del antebrazo izquierdo.


- Que asco, ¿ Por qué haces eso John? - dijo disgustada la reportera


- Mira bien Lois, es una falsa epidermis sintética en la que guardo un juego de ganzúas especiales – sonrío mientras empezaba a trastear con la cerradura de la celda – está hecha con el mismo material que las prótesis de mis disfraces – la puerta se abrió y Doe se puso a un lado de la entrada de la habitación – en cuanto entre alguno de los guardias le atacaré, vosotros esperad ahí.


Tras unos diez minutos de espera, la puerta se abrió.


- Prisioneros, el doctor les espera – se oía una sola voz y pasos de una persona – ey falta uno.


Antes de decir nada más, Doe realizó una técnica de estrangulación para dejar a su oponente fuera de juego.


- ¿ Lo ha matado ? - preguntó el profesor.


- No, no soy un asesino , le corresponde a la justicia castigar a estos hombres – Doe cogió la pistola de rayos del guardia y la toqueteo unos segundos – es un arma muy similar a la mía, le he bajado intensidad al rayo para que solo aturda a los enemigos.


- Muy noble por su parte – dijo Owen acercándose – pero primero deberemos salir vivos de aquí.


- John podrías usar el uniforme del guardia - apuntó Lois – al menos no irás en calzoncillos al combate.


- Buena idea – empezaron a desnudar al tipo – creo que tengo un plan.


El trío salió de la pequeña prisión a un almacén lleno de cajas, John iba apuntando a los dos prisioneros con su arma, no creía que su pequeña charada engañase por mucho tiempo a los demás guardias o a Jean, pero al menos le daría unos valiosos segundos. De momento todo iba bien, vieron la puerta que daba al patio exterior, donde habían hablado con Schmidt. Desde que habían entrado al enorme almacén se oía un estruendo industrial, y en la pared contigua a la de salida vieron como el almacén daba paso a un enorme taller, en su interior podían atisbar enormes esqueletos metálicos de los saurios robots.


- ¿ Qué hacen aquí los prisioneros? ¿ Tú quien er...


- A dormir – rápidamente John Doe aturdió al guardia y se agacho para recoger su armas – Lois vístete, lo siento profesor, el siguiente para usted.


La ropa le estaba grande, pero al menos dejaría de pasearse en ropa interior por ese condenado sitio.


- Toma esta pistola, se usa igual que cualquier pistola automática – le lanzó el arma de rayos a Lois – a cubierto, vienen más guardias.


Los impactos de los rayos reventaron una caja cercana, los guardias no tenían sus armas en modo aturdir. Desde un altavoz oyeron la voz del ingeniero loco.


- Veo que han logrado escapar de su prisión, pues bien, han saltado de la sartén para caer en las brasas.


En una de las paredes laterales de la loca factoría del alemán se abrió una compuerta metálica, de la cual salió un enorme dragón rojo que lanzaba llamaradas por la boca.


Nuestros héroes se encontraban entre la espada y la pared, por un lado tres guardias les disparaban rayos mortales y por el otro, un dragón robot del tamaño de un brontosaurus les lanzaba fuego. El profesor Owen se había refugiado en una esquina del almacén, bajo unas cajas.


Lois a por los guardias primero – indicó John, escondido tras una robusta caja – y debemos movernos, el dragón se acerca – notaba el calor de las llamaradas en su fornida espalda.


- Entendido John – O´Neil salió de su cobertura para acertar con un rayo a un guardia que se dirigía corriendo hacia su posición.


- Buen tiro – la caja empezaba a hacerse astilla por los disparos de los enemigos.


Doe se lanzó rodando hacia un lateral, disparó a uno de sus enemigos en plena cabeza y con otra voltereta logró llegar a cubierto, tenía una puntería estupenda, además de haber practicado mucho con ese tipo de arma. Lois seguía disparando, sin demasiada suerte y no se percató de la cercanía del dragón. En un alarde de heroísmo, el viejo profesor tiró al suelo a la joven reportera justo a tiempo para salvarla de una terrible llamarada. El anciano emitió un grito de agónico dolor, su desnuda espalda se había chamuscado. El dragón seguía acercándose inexorablemente a sus presas, y cuando todo parecía perdido, un rayo impactó en la testa del dragón llévandose por delante parte de la falsa piel del animal mitológico y estropeando el mecanismo lanzallamas; era John que tras deshacerse del último guardia pudo ayudarles sin miedo a ser reventado por un rayo a plena potencia. Entre Doe y O´Neil agarraron al doctor que había caído inconsciente por el tremendo dolor. Oyeron una voz conocida por megafonía.


- Pobre Joshep Owen, no creo que viva mucho más – era la asquerosa voz del germano – aunque no creo que ninguno de ustedes sobreviva.


- Mira John – Lois señalo a una de las esquinas del almacén – tiene cámaras y altavoces. Este sitio parece sacado de un relato de ciencia ficción.


- Lois, cambia a modo letal tu pistola, intentemos acabar con ese coloso mecánico – dijo John sin parar de disparar a la mole que se les acercaba, chafando todo lo que se ponía por delante.


El dragón continuaba avanzando mientras destruía el almacén. Doe portó al profesor hasta la pares más alejada, a la que pasaba cerca de la puerta que daba al patio, comprobó que el exterior estaba plagado de dinosaurios. Lois agarró dos pistolas de rayos de los guardias caídos. Tras posicionarse en el punto más alejado, comenzaron a disparar con todo lo que tenían, por suerte el dragón no podía lanzar sus llamaradas mortales.


- Intenta darle en la cabeza – gritó John, mientras acertaba varios disparos.


- Eso intento – respondió Lois, el tiempo que un rayo láser reventaba uno de los ojos artificiales.


- Tras una andanada de disparos de alta potencia el dragón fue decapitado, el monstruo era ya un amasijo andante de cables, engranajes y otras piezas mecánicas.


- Yuju! - Lois se animo por un segundo – ostras, sigue andando.


- Dispara a las cámaras Lois, seguro que el loco de Schmidt lo está controlando a distancia – reventaron las 6 cámaras del enorme espacio de almacenaje – ahora tírale a las patas.


- La pareja siguió disparando, fundieron la energía de un par de las pistolas, justo a tiempo para que tras ser cubiertos por la última lluvia de astillas de las cajas, todo quedase en silencio. El peligroso autómata había sido detenido a unos escasos tres metros de su posición.


- Fue intenso – dijo Lois, tirada en el suelo resollando – casi no lo contamos.


- Menos mal que tienes buena puntería Lois – sonrío John, mientras enfundaba el arma y se agachaba para ver como estaba el herido – Owen, ha dejado de respirar, no tiene pulso.


- Él me salvó de una muerte segura – O´Neil estalló en un mar de lágrimas – Y todo por los caprichos de una mente desquiciada.


- Lo siento Lois, pero no podemos detenernos ahora, debemos encontrar un modo de salir de aquí – cerró los ojos del anciano – has sido todo un héroe Joshep.John y Lois, tomaron aire por unos segundos, estaban rodeados de destrucción, de cuerpos inertes y del “cadáver” del dragón. A sus espaldas la pequeña prisión, a su izquierda una puerta que daba a un patio infestado de saurios robóticos, a la derecha una pared lisa y delante la entrada a la estrepitoso taller del inventor teutón. Una voz débil proveniente de un altavoz en la zona de taller interrumpió los funestos pensamientos de la pareja.


- Bravo señor Doe, acérquese – era la áspera voz ya odiada por ellos.


Anduvieron hacia el taller, por el camino vieron como dos de los guardias habían muerto por la mole mecánica, parecían sobres de ketchup aplastados.


- Aquí me tienes maldito loco – gritó Doe, mientras exploraba la zona. Una pequeña factoría con multitud de máquinas, herramientas y demás, y a la derecha la puerta por la que había aparecido el dragón rojo – da la cara como un hombre, maldito germano.


- Soy un hombre anciano señor Doe, no lucharé cara a cara con usted – dijo la voz – es un logro que hayan sobrevivido a mi pequeña encerrona. Esta isla era muy aburrida, hice bien en enviar a mi socio galo a por ustedes. Kristoff y Owen han sido víctimas colaterales, pero tengo planes especiales para usted, al igual que el lascivo Dupont los tiene con esa furcia.


- Váyanse ambos al infierno – gritó desafiante Lois.


- Las pistolas de rayos de mis hombres no son de tan buena calidad como el prototipo que usted posee, señor Doe. Deduzco que deben estar casi agotadas, eso hará más interesante nuestro próximo juego – a la que decía eso, se abrió una puerta secreta en la ya conocida pared del taller mecánico – adelante, es hora de tener un tête à tête.


La pareja atravesó el umbral y se sorprendió al ver lo que parecía el hall de un castillo medieval. A su izquierda unas enormes escaleras conducían a una planta superior, a la derecha se veía un enorme portón que supusieron daba al exterior. Al frente, cerca de una pequeña puerta de servicio, les esperaba Jean Dupont, sentado en una pequeña silla, mientras bebía una copa de vino.


- Bienvenidos a mi hogar – en la parte superior de la escalinata estaba Schmidt, a su lado un guardia enorme les apuntaba con algún tipo de rifle extraño – por favor, Doe, tire su arma y acepte el reto de monsieur Dupont.


El francés se levantó, cogió de la pared un par de espadas de duelo, le lanzó una a Doe y se preparó para el combate.


- En garde, perro yankee – Jean movió con destreza su espada en el aire y apuntó a su rival.


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