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JOHN DOE´S WEIRD STORIES / LA ISLA IGNOTA 4

 LA ISLA IGNOTA 4, por Antonio J. López


La hierba les llegaba hasta la cintura, la tierra estaba húmeda y el cielo cada vez más encapotado.


- Muévanse despacio y en silencio – recomendó el cazador.


El grupo avanzó en dirección a los grandes saurios que se encontraban entre los árboles lejanos, truenos y relámpagos anunciaban la tormenta por venir.


- John esto es tan emocionante, ¿ Cómo habrán sobrevivido los dinosaurios en esta isla desconocida por el hombre?- dijo Lois.


- Ni idea Lois, espero que el profesor pueda descubrir algo más – respondió Doe - ¡ Cuidado, a su derecha Dupont!


El ruso descargó su escopeta, entre la hierba, varios saurios del tamaño de gallos se habían acercado con intenciones hostiles al grupo, pero tras el estrépito del disparo habían retrocedido.


- Es un grupo de compsognathus – aclaró el zoólogo – si siguen disparando no creo que se atrevan a atacarnos.


- Tragad plomo pequeños mierdecillas – soltó Kristoff, mientras disparaba intentando dar a sus pequeños objetivos.


- Debemos seguir avanzando, a unos metros veo una formación rocosa y el principio del bosque selvático – dijo John Doe.


Tras varios disparos mezclados con los truenos, los pequeños dinosaurios abandonaron su persecución, y el grupo siguió avanzando hacia las rocas. Al alcanzar su objetivo pudieron ver como un par de gigantescos dinosaurios cuellilargos avanzaban por una especie de camino entre la floresta. Estaban a una distancia prudencial y Lois aprovechó para tomar una fotografía de los gigantescos animales. Un rayo cayó en un árbol cercano, mientras miraban el asombroso espectáculo natural, un saurio alado descendió en picado y con sus poderosas patas agarró al pobre Jean Dupont.


- ¡ Merde! Ayúdenme – intentaba gritar, pero el dolor de las garras clavadas en sus hombros hizo que se desmayase en pleno vuelo.


Kristoff intentó un par de disparos sin éxito. Todos estaban aterrados, y había empezado a llover a cántaros.


El grupo decidió internarse en la zona arbolada, siguiendo los embarrados senderos de los braquiosaurios, que ascendían por una suave colina. Desde su nueva posición atisbaron algo en la lejanía.


- Allá en la ladera del volcán se ve algún tipo de edificación con luces – dijo Kristoff fuertemente haciéndose oír bajo la tormenta; el cazador demostraba tener una vista aguda.


- Intentemos seguir por estos senderos hasta ese sitio – respondió John.


Por el estrépito de la lluvia no se percataron de la repentina aparición de un enorme ejemplar de cuellilargo, que se movía con rapidez hacia ellos.


Con esta delicada situación arrancamos la aventura de John Doe en la isla ignota. Recuerden que el buen Kristoff perdió la cabeza.


- ¿ Qué ha podido hacer esto? - se preguntó Lois llorando aterrada.


- Otro dinosaurio – apuntó Owen señalando hacia la parte superior de la pared rocosa – más concretamente un tiranosaurio rex – el enorme terópodo agachó su enorme cabeza abriendo las ensangrentadas mandíbulas hacia el grupo. Por suerte la altura impedía al saurio alcanzarles.


- Maldita bestia, cómete esto– John Doe desenfundó su extraña pistola de rayos y disparó sin miramientos a la enorme boca dentada – ¡ Apártense, va a caer!


El dinosaurio trastabilló y terminó aterrizando sobre el cuerpo del cazador. Su cráneo echaba humo y al acercarse John y el profesor Owen descubrieron algo inaudito. Ciertas incógnitas se despejaban pero la ecuación distaba de ser resuelta.


- Es un robot – dijo John mientras revolvía con un palo el cableado y las partes mecánicas de la cabeza reventada del falso saurio – pero que recuerde, nunca he visto un autómata tan avanzado.


- No sé que decirle señor Doe, esto escapa totalmente a mi campo de estudio – palpó al inactivo tiranosaurio robot – la piel está muy lograda, parece realizada con algún material plástico. Supongo que el resto de seres prehistóricos que hemos visto deben tener el mismo origen.


- Que cosa más espantosa – soltó Lois mientras fotografiaba al espécimen -al menos ha dejado de llover – exclamó poco después, mientras escurría sus rojizos cabellos.


- Estad alerta compañeros, quizás haya alguien manejando a estos títeres de metal – miró la cabeza sin vida de Kristoff – cuando estemos seguros intentaremos sacar de ahí el cuerpo del cazador y llevarlo de vuelta a Nueva York. Ahora intentemos llegar cuanto antes a ese sitio iluminado.


El grupo rodeó la escarpada pared de roca. El viejo profesor caminaba apoyado en una rama que hacía de bastón, Lois le ayudaba y John les abría paso a machetazos por la espesa vegetación. Tras un tiempo indeterminado llegaron a una pista de tierra desde la que se divisaba su objetivo.


- Dudo que esta carretera bien cuidada haya sido obra de los dinosaurios – dijo con sorna Doe – creo que debería acompañaros al barco y luego volver a buscar al señor Dupont, algo me dice que si vive alguien en ese edificio puede ser peligroso, o que incluso sea el culpable del secuestro de nuestro compañero.


- No John, vamos contigo – dijo Lois decidida – cuando encontremos a Jean es posible que sea demasiado tarde para él.


- Tengo algo mejor el pie, señor Doe – respondió el profesor sin mucha confianza – les acompañaré a donde vayan.


- No creo que sea buena idea, yo podría colarme en el edificio y liber...- el diálogo se ve interrumpido por la luz de un enorme foco.


- ¡ Quietos! Si se mueven abriremos fuego.




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