LA ISLA IGNOTA, por Antonio J. López
El
grupo había sido rodeado por tres soldados montados en saurios que
recordaban a avestruces, los tipos no llevaban ningún uniforme
reconocible y les apuntaban con armas similares a la pistola de rayos
de John Doe. Fueron esposados y conducidos a su cuartel general, el
edificio iluminado en la ladera del volcán. Al atravesar unas
macizas puertas metálicas llegaron a un pequeño patio, los soldados
desmontaron sin dejar de apuntarles, y sobre una pasarela metálica
se encontraba su anfitrión. Un anciano decrépito con ropa de
científico.
- Bienvenidos
- dijo con voz cavernosa y con acento alemán– bienvenidos a mi
morada, mentiría si dijese que no les esperaba – el viejo fue
descendiendo unas escaleras para acercarse a los prisioneros – me
presento, soy el doctor Helmut Schmidt.
- ¡
Gran Scott! - exclamó sorprendido Owen – todos le daban por
muerto tras la Gran Guerra.
- ¿
Profesor, conoce a este viejo malvado? - preguntó Lois.
- Era
un reputado ingeniero mecánico alemán experto en armamento, solía
trabajar con los peores delincuentes del mundo y durante la guerra
trabajó para las Potencias centrales.
- Como
ve profesor, sigo vivo y en activo – el viejo se acercó a la
muchacha, Lois pudo ver su rostro apergaminado y amarillento, y como
unos tubos salían de su nariz y de la misma piel de la cabeza hacia
su espalda. Con un enérgico tirón abrió la camisa de Lois,
dejando expuesto el sujetador relleno del generoso busto de la
reportera.
- ¡
Déjala en paz monstruo! - gritó John, intentando zafarse del
soldado que le retenía.
- Vaya,
vaya, así que este joven patán es el famoso John Doe – Schmidt
se acercó al fornido aventurero – no pareces gran cosa, solo un
yankee fanfarrón del montón. Sin embargo, hay algo que me
interesa, ¿ Dónde has conseguido este arma? - uno de los soldados
le había pasado la pistola de rayos incautada previamente a John –
por su número de serie, ésta fue una de mis primeras pistolas de
rayos y se la regalé a una de las mentes criminales más brillantes
del Viejo mundo.
- No
sé de que me habla, hace un par de años me desperté con amnesia
en un hospital de Nueva York, y la pistola la encontré en mi piso.
No recuerdo nada anterior a ese momento, quizás la compré en algún
sitio.
- Estúpido,
el dueño de esa poderosa arma no se desprendería tan alegremente
de ella – se inclinó para dar una bofetada a Doe - Llevo años
autoexiliado en esta maldita ínsula, aún así me han llegado las
noticias de sus aventuras escritas por la bella O´Neil. Ha
derrotado a viejos camaradas del mundo criminal como Paolo
“Carapizza” Mantegna o la banda del Mimo. Eres un peligro para
mis planes y por eso tu vida terminará en esta isla sin nombre.
Los
malvados guardias condujeron al grupo a una zona de internamiento,
les dejaron en ropa interior, les quitaron las esposas y los
encerraron en una celda enrejada.
- Estamos
perdidos, a saber que hará ese maníaco con nosotros – Lois y el
profesor Owen estaban abatidos y asustados - ¿ Qué habrá ocurrido
con Jean?
- No
sé Lois – a John le molestaba que la reportera siguiera pensando
en el maldito gabacho, pero a decir verdad, él también estaba
pensando en que sería del tal Dupont, y de los marinos del Coquin –
no os procupéis, tengo un plan para salir de aquí – dijo
susurrando pues aún quedaba un guardia en la puerta – pero
debemos esperar al momento propicio – John le echó un ojo al
tobillo del anciano – descanse en el camastro profesor, aún tiene
la zona muy inflamada.
Pasaron
los minutos, un par de guardias habían molestado con comentarios
soeces a Lois.
- Enséñanos
las tetas, perra americana – dijo uno en un inglés chapucero con
bastante acento latino.
Tras
un rato de risas e improperios, los dejaron solos en la
estancia-prisión y John Doe empezó a rascar una parte concreta de
su antebrazo. Sus compañeros miraban curiosos, pero de repente, un
viejo conocido apareció.
- Bonne
nuit, mes amis – Jean Dupont apareció con el torso vendado –
ese maldito pterodáctilo robot me fastidió bien los hombros,
aunque vosotros si que estáis bien jodidos – rió maliciosamente.
- Maldito
traidor, y pensar que estaba preocupada por ti – Lois se lanzó
contra los barrotes con gesto desafiante.
- Tranquila
gatita, he intercedido por ti a Schmidt – se acercó para intentar
tocar el rostro de Lois y ésta evitó su tacto – cuando eliminen
a tus amigos tu te convertirá en mi esclava – dijo con una risita
– lo vamos a pasar muy bien tu y yo, ma cherie.
- ¿
Por qué ayudas a ese teutón chalado? - preguntó Doe al tiempo que
se acercaba al cuerpo semidesnudo de O´Neil - ¿ Qué sacas de esta
impía alianza?
- Digamos
que la empresa familiar no va tan bien como parece, papá ya había
tratado con el doctor en el pasado y ahora le ayudaremos a llevar a
cabo su plan de desestabilización mundial – se mesó el bigote –
con sus creaciones robóticas y sus armas podremos dominar el mundo.
- Eres
escoria maldita rata gala – dijo con furia el profesor.
- Oui,
oui, en breve vendrán a buscarles – dejó la habitación entre
malévolas risotadas.
Cuando
estuvieron solos, John Doe llevó a cabo su plan. Lois y Joshep
vieron como se rascaba con profusión hasta levantarse la piel del
antebrazo izquierdo.
- Que
asco, ¿ Por qué haces eso John? - dijo disgustada la reportera
- Mira
bien Lois, es una falsa epidermis sintética en la que guardo un
juego de ganzúas especiales – sonrío mientras empezaba a
trastear con la cerradura de la celda – está hecha con el mismo
material que las prótesis de mis disfraces – la puerta se abrió
y Doe se puso a un lado de la entrada de la habitación – en
cuanto entre alguno de los guardias le atacaré, vosotros esperad
ahí.
Tras
unos diez minutos de espera, la puerta se abrió.
- Prisioneros,
el doctor les espera – se oía una sola voz y pasos de una persona
– ey falta uno.
Antes
de decir nada más, Doe realizó una técnica de estrangulación para
dejar a su oponente fuera de juego.
- ¿
Lo ha matado ? - preguntó el profesor.
- No,
no soy un asesino , le corresponde a la justicia castigar a estos
hombres – Doe cogió la pistola de rayos del guardia y la toqueteo
unos segundos – es un arma muy similar a la mía, le he bajado
intensidad al rayo para que solo aturda a los enemigos.
- Muy
noble por su parte – dijo Owen acercándose – pero primero
deberemos salir vivos de aquí.
- John
podrías usar el uniforme del guardia - apuntó Lois – al menos no
irás en calzoncillos al combate.
- Buena
idea – empezaron a desnudar al tipo – creo que tengo un plan.
El
trío salió de la pequeña prisión a un almacén lleno de cajas,
John iba apuntando a los dos prisioneros con su arma, no creía que
su pequeña charada engañase por mucho tiempo a los demás guardias
o a Jean, pero al menos le daría unos valiosos segundos. De momento
todo iba bien, vieron la puerta que daba al patio exterior, donde
habían hablado con Schmidt. Desde que habían entrado al enorme
almacén se oía un estruendo industrial, y en la pared contigua a la
de salida vieron como el almacén daba paso a un enorme taller, en su
interior podían atisbar enormes esqueletos metálicos de los saurios
robots.
- ¿
Qué hacen aquí los prisioneros? ¿ Tú quien er...
- A
dormir – rápidamente John Doe aturdió al guardia y se agacho
para recoger su armas – Lois vístete, lo siento profesor, el
siguiente para usted.
La
ropa le estaba grande, pero al menos dejaría de pasearse en ropa
interior por ese condenado sitio.
- Toma
esta pistola, se usa igual que cualquier pistola automática – le
lanzó el arma de rayos a Lois – a cubierto, vienen más guardias.
Los
impactos de los rayos reventaron una caja cercana, los guardias no
tenían sus armas en modo aturdir. Desde un altavoz oyeron la voz del
ingeniero loco.
- Veo
que han logrado escapar de su prisión, pues bien, han saltado de la
sartén para caer en las brasas.
En
una de las paredes laterales de la loca factoría del alemán se
abrió una compuerta metálica, de la cual salió un enorme dragón
rojo que lanzaba llamaradas por la boca.
Nuestros
héroes se encontraban entre la espada y la pared, por un lado tres
guardias les disparaban rayos mortales y por el otro, un dragón
robot del tamaño de un brontosaurus les lanzaba fuego. El profesor
Owen se había refugiado en una esquina del almacén, bajo unas
cajas.
- Lois
a por los guardias primero – indicó John, escondido tras una
robusta caja – y debemos movernos, el dragón se acerca – notaba
el calor de las llamaradas en su fornida espalda.
- Entendido
John – O´Neil salió de su cobertura para acertar con un rayo a
un guardia que se dirigía corriendo hacia su posición.
- Buen
tiro – la caja empezaba a hacerse astilla por los disparos de los
enemigos.
Doe
se lanzó rodando hacia un lateral, disparó a uno de sus enemigos en
plena cabeza y con otra voltereta logró llegar a cubierto, tenía
una puntería estupenda, además de haber practicado mucho con ese
tipo de arma. Lois seguía disparando, sin demasiada suerte y no se
percató de la cercanía del dragón. En un alarde de heroísmo, el
viejo profesor tiró al suelo a la joven reportera justo a tiempo
para salvarla de una terrible llamarada. El anciano emitió un grito
de agónico dolor, su desnuda espalda se había chamuscado. El dragón
seguía acercándose inexorablemente a sus presas, y cuando todo
parecía perdido, un rayo impactó en la testa del dragón llévandose
por delante parte de la falsa piel del animal mitológico y
estropeando el mecanismo lanzallamas; era John que tras deshacerse
del último guardia pudo ayudarles sin miedo a ser reventado por un
rayo a plena potencia. Entre Doe y O´Neil agarraron al doctor que
había caído inconsciente por el tremendo dolor. Oyeron una voz
conocida por megafonía.
- Pobre
Joshep Owen, no creo que viva mucho más – era la asquerosa voz
del germano – aunque no creo que ninguno de ustedes sobreviva.
- Mira
John – Lois señalo a una de las esquinas del almacén – tiene
cámaras y altavoces. Este sitio parece sacado de un relato de
ciencia ficción.
- Lois,
cambia a modo letal tu pistola, intentemos acabar con ese coloso
mecánico – dijo John sin parar de disparar a la mole que se les
acercaba, chafando todo lo que se ponía por delante.
El
dragón continuaba avanzando mientras destruía el almacén. Doe
portó al profesor hasta la pares más alejada, a la que pasaba cerca
de la puerta que daba al patio, comprobó que el exterior estaba
plagado de dinosaurios. Lois agarró dos pistolas de rayos de los
guardias caídos. Tras posicionarse en el punto más alejado,
comenzaron a disparar con todo lo que tenían, por suerte el dragón
no podía lanzar sus llamaradas mortales.
- Intenta
darle en la cabeza – gritó John, mientras acertaba varios
disparos.
- Eso
intento – respondió Lois, el tiempo que un rayo láser reventaba
uno de los ojos artificiales.
- Tras
una andanada de disparos de alta potencia el dragón fue decapitado,
el monstruo era ya un amasijo andante de cables, engranajes y otras
piezas mecánicas.
- Yuju!
- Lois se animo por un segundo – ostras, sigue andando.
- Dispara
a las cámaras Lois, seguro que el loco de Schmidt lo está
controlando a distancia – reventaron las 6 cámaras del enorme
espacio de almacenaje – ahora tírale a las patas.
- La
pareja siguió disparando, fundieron la energía de un par de las
pistolas, justo a tiempo para que tras ser cubiertos por la última
lluvia de astillas de las cajas, todo quedase en silencio. El
peligroso autómata había sido detenido a unos escasos tres metros
de su posición.
- Fue
intenso – dijo Lois, tirada en el suelo resollando – casi no lo
contamos.
- Menos
mal que tienes buena puntería Lois – sonrío John, mientras
enfundaba el arma y se agachaba para ver como estaba el herido –
Owen, ha dejado de respirar, no tiene pulso.
- Él
me salvó de una muerte segura – O´Neil estalló en un mar de
lágrimas – Y todo por los caprichos de una mente desquiciada.
- Lo
siento Lois, pero no podemos detenernos ahora, debemos encontrar un
modo de salir de aquí – cerró los ojos del anciano – has sido
todo un héroe Joshep.John
y Lois, tomaron aire por unos segundos, estaban rodeados de
destrucción, de cuerpos inertes y del “cadáver” del dragón. A
sus espaldas la pequeña prisión, a su izquierda una puerta que daba
a un patio infestado de saurios robóticos, a la derecha una pared
lisa y delante la entrada a la estrepitoso taller del inventor
teutón. Una voz débil proveniente de un altavoz en la zona de
taller interrumpió los funestos pensamientos de la pareja.
- Bravo
señor Doe, acérquese – era la áspera voz ya odiada por ellos.
Anduvieron
hacia el taller, por el camino vieron como dos de los guardias
habían muerto por la mole mecánica, parecían sobres de ketchup
aplastados.
- Aquí
me tienes maldito loco – gritó Doe, mientras exploraba la zona.
Una pequeña factoría con multitud de máquinas, herramientas y
demás, y a la derecha la puerta por la que había aparecido el
dragón rojo – da la cara como un hombre, maldito germano.
- Soy
un hombre anciano señor Doe, no lucharé cara a cara con usted –
dijo la voz – es un logro que hayan sobrevivido a mi pequeña
encerrona. Esta isla era muy aburrida, hice bien en enviar a mi
socio galo a por ustedes. Kristoff y Owen han sido víctimas
colaterales, pero tengo planes especiales para usted, al igual que
el lascivo Dupont los tiene con esa furcia.
- Váyanse
ambos al infierno – gritó desafiante Lois.
- Las
pistolas de rayos de mis hombres no son de tan buena calidad como el
prototipo que usted posee, señor Doe. Deduzco que deben estar casi
agotadas, eso hará más interesante nuestro próximo juego – a la
que decía eso, se abrió una puerta secreta en la ya conocida pared
del taller mecánico – adelante, es hora de tener un tête à tête.
La
pareja atravesó el umbral y se sorprendió al ver lo que parecía el
hall de un castillo medieval. A su izquierda unas enormes escaleras
conducían a una planta superior, a la derecha se veía un enorme
portón que supusieron daba al exterior. Al frente, cerca de una
pequeña puerta de servicio, les esperaba Jean Dupont, sentado en una
pequeña silla, mientras bebía una copa de vino.
- Bienvenidos
a mi hogar – en la parte superior de la escalinata estaba Schmidt,
a su lado un guardia enorme les apuntaba con algún tipo de rifle
extraño – por favor, Doe, tire su arma y acepte el reto de
monsieur Dupont.
El
francés se levantó, cogió de la pared un par de espadas de duelo,
le lanzó una a Doe y se preparó para el combate.
- En
garde, perro yankee – Jean movió con destreza su espada en el
aire y apuntó a su rival.