Profilácticos
usados, semen proverbial, viejos sueños de ermitaños enraizados. El elixir de
jóvenes impetuosos llenos de esperanza perdido bajo el umbral de la indigencia.
Como fiel e ignorante ganado siguen al pastor hacía el matadero de la ilusión y
la vida. El humo sale de las chimeneas. La elección ha sido hecha.
Un ejército
borreguil marcha hasta la ciudad. Los transeúntes mueren en las calles por el
hedor desprendido a su paso; el hedor de la corrupción y la ignorancia. Nadie
está a salvo ante semejante acción. La religión de gigantes putrefactos, “el
poder y la avaricia”, se impone en el
estado de sitio. El reluciente oro que cubre sus marchitas almas cae mostrándonos
su rostro serpentíl. Reptiles de civilizaciones arcaicas que han sobrevivido al
paso del tiempo.
Un mal primigenio que condenó a la ya de por sí condenada humanidad,
eones atrás, arrastrándose por las vastas praderas de estrellas que componen el
cosmos, cruzando dimensiones y tiempo, hasta arraigar en esta tierra estéril en
bondad. Posaron sus pérfidas patas escamadas, asentándose con autoridad en el
planeta. Inserciones de jeringuillas portadoras de semillas estelares en óvulos
de extensión futura. Así es como colonizaron el pasado, presente y futuro. Implantaron
la civilización, una civilización que nos ha llevado a la involución. Trajeron
la escritura, su escritura; se convirtieron en nuestros Dioses, asegurándose un
lugar en el panteón del macro-Cosmos; poblaron la tierra, y con ello crearon un
ejército de acólitos y fanáticos dispuestos a transmitir la verdadera religión
a base de filo-violencia. ¡Salid! Olisquead el olor a azufre y cloroformo que
transita por la urbe; es el olor de la maldad, proferido de sus palacios de acero
y cristal, desde donde nos rigen con leyes pseudo-liberales, encubiertas por
los títeres de serrín, que “en polvo se convertirán”; legándonos el apocalipsis
venidero. Pero tranquilizaos, no será un
apocalipsis anunciado por estrellas de fuego que cruzan exuberantes el cielo,
ni por mares de sangre hirviendo, ni por un ejército de muertos vivientes, tan
de moda estos días, sino un apocalipsis sigiloso, que empezara derruyendo
nuestras almas poco a poco, hasta convertirnos en carcasas vacías sin alma
alguna. Psicópatas despiadados, megalómanos sin poder y huérfanos de reinos de
oropel roído.
Aunque no sentiremos nada, estaremos tan muertos como esos zombis
que pululan como si de estrellas del rock se tratara por nuestras pantallas de
plasma, que será como un paseo eterno por la feria en la que se convertirán
nuestras vidas; Un macro-centro comercial repleto de luces y felicidad, por lo
que seremos esclavos de nuestras necesidades prefabricadas, viviendo en la
burbuja opaca creada a nuestro alrededor. Nos visitarán desde mundos paralelos
en naves ovaladas, esperando que despertemos de nuestro profundo sueño.
Pero el sueño es fuerte, y nos arrastrará cada vez más hacía el confortable
lecho, donde descansaremos toda una eternidad. No podremos huir, el escamado
ojo nos guiará con mano fofa por un camino descendente, repleto de puntas de
hierro afiladas. Profetas iconoclastas, profieren por viejos megáfonos sus
doctrinas enmohecidas. Como una serie de productos de teletienda. Subastándonos
el buen uso de la moral (falsa moral) en la vida. Predicando con el oro y
vendiéndonos en plata, como artilugios de mercadillo.
No os dejéis engañar por
que todos ellos, sin excepción, son emisarios del gran reptil. No hay profetas,
sino estafadores de pupilas rasgadas. La sombra de reptil es alargada, y sus
garras afiladas como estacas de acero. Las señales ya están aquí, mostrándose
bajo la forma de crisis mundiales: Guerras codiciosas, promovidas por los intereses
de belicosos mercados; caídas de economías enfermas por males prenatales; la
doctrina del verde shock, ampollando nuestro agrietado sistema de castas
sub-democráticas. Un velo de libertad precocinada en laboratorios subterráneos,
que nos permite llegar a la superficie, y respirar el aire contaminado. Pero sin
darnos cuenta de que estamos pisando los cadáveres de nuestros congéneres,
arrollando los débiles pilares en los que se asienta la esperanza, y
exterminado nuestras pocas posibilidades de libertad. Hemos nacido como
esclavos, y viviremos y moriremos como esclavos; y todo por qué no queremos
asumir nuestra insignificancia en el universo.
Un universo que se rige por el
maniqueísmo del bien y el mal, un dualismo repleto de verdades incómodas. Los grises
se desvanecen, dejándonos desnudos ante el frío espacio exterior; extendiendo
nuestro miedo como una plaga, que extermina la tenue luz de nuestras vidas,
dejando tras de sí un mar de lágrimas impotentes.
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