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Charlie, el alfa aquí soy yo y punto. |
En este cuarto episodio nos sumimos en el tedio más absoluto dado que en el ochenta y cinco por ciento de su duración se tratan historias secundarias que no tienen ninguna relación con la trama principal: el secuestro de la hija de un senador por parte de Charles Manson y su terrible familia.
En el episodio anterior Charlie dejó a Emma y a Susan Atkins en casa de un productor musical y éste las echa porque se dejan la puerta del frigorífico abierta. Cuando Manson se entera le raja la cara ante la mirada de Sam Hodiak, la lumbrera que, por fin, tiene la idea de seguir los movimientos del sospechoso principal.
Mientras tanto, el senador ha caído en una espiral de cruising de la que culpa a Manson, a quien va a ver a Topanga Canyon con una escopeta y le apunta a la cara a escasos centímetros.
Charlie, como si del muñeco de los guionistas ventrílocuos se tratara, comienza a soltar por su boca una arenga sobre el amor y el sacrificio digna del Hombre-Dios engendrado por una paloma, toma el cañón de la escopeta y se lo pone en el corazón diciendo que adelante, que él está ahí para morir por todos nosotros. Tócate los cojones.
Todo esto ocurre ante la mirada perdida de Emma, que está de viaje ácido. Cuando su padre, humillado y lloriqueando, la ve, no se le ocurre otra cosa –como hablar con ella, por ejemplo– que irse a casa a contárselo a su mujer, quien se toma una copa tranquilamente con su traje de fiesta puesto.
Pero el senador no es lo suficientemente hombre y su mujer llama al macho alfa Sam Hodiak para rescatar a Emma de la Casa de la Escalera de Caracol. Debido al ácido, Emma, que ya se ha vuelto un putón verbenero por el libidinoso y perverso influjo de Manson, comienza a tener un mal viaje y ve a su madre y a Hodiak como dos demonios. Así es como Charlie le lava el cerebro, hablando de demonios y de los elegidos. Porque en esa comuna nadie parece hacer nada más excepto Charlie: sólo se le oye a él, sólo canta y toca la guitarra él, sólo él reparte el ácido y da las órdenes.
Este es un capítulo con un guión pésimo –no ya sólo por continuar divulgando el mito de Charles Manson–, mal dirigido, sin música reseñable –como debería ser toda serie de los años sesenta– que aburre al espectador.
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